Día 28, era el día señalado: mi viaje a Barcelona comenzaba en unas horas. Aunque eso no era del todo cierto, ya que para mí había empezado hace ya unos días. El entusiasmo previo se hacía cada vez más evidente. El día anterior dejé las cosas preparadas. Uno de mis objetivos de este viaje consistía en poder hacerlo sin demasiada cosa. En ocasiones anteriores había llegado a la conclusión de que no hace falta llevar tanto ya que a más cosas, más peso, y por tanto, más incómodo resulta moverse. Con eso en mente, me dispuse a hacer la mochila dejando a un lado los «por si acaso». Ahora sé que lo puedo hacer todavía mejor, he visto que allí no he necesitado todo lo que llevaba al mismo tiempo que me hubiera venido bien añadir alguna otra a la espalda.
El equipaje inicial fueron dos dos mochilas: la de 40 litros, perfecta para viajes cortos, y la mochila de la cámara. Un peso que rondaba los 7 kg., a lo que había que añadir el trípode (porque puedo llevar menos ropa pero el trípode me lo llevo). Más tarde me daría cuenta de lo incómodo que es llevar dos mochilas y un trípode.

La noche anterior a la partida me fue imposible dormir; quería irme ya. Tras hacer los últimos preparativos me tumbé en la cama para intentar descansar un poco antes de que amaneciera. Conseguí dormirme pero pese a que podía levantarme tarde, a las 7 de la mañana ya estaba despierto. Había dormido solamente 2 horas. En mi ordenador sonaba la canción «Take a walk» del vídeo que había dejado reproduciéndose en repetidamente por error. Eso hizo que me levantase con energía. De hecho, escribí lo siguiente nada más levantarme:
» Levantarme y ver que está saliendo el sol a la vez que veo el mar compensa el sueño que tengo. ¡Nunca me cansaré de los amaneceres! Tengo claro porqué me gusta tanto vivir en Cullera. Una buena manera de comenzar un día de viaje. Y de banda sonora, el audio del vídeo «Take a Walk». «
Pues sí, parece que el universo me quería decir que me esperaba un buen viaje (o eso quería pensar). Además me levanté sin el estrés de tener que prepararlo todo como suele ser habitual ya que la maleta normalmente la hago horas antes de irme. Esta vez no.
Cuando llegó la hora, cogí las mochilas y salí con Kima por la puerta. Ella pasaría unos días con otra persona. Tras dejarla en buenas manos y aparcar el coche en un lugar que me facilitase el regreso fui a esperar al autobús. Por el camino recibí una llamada que me alegró aún más la mañana. Era Álex, un buen amigo de Burgos al que conozco desde que comencé el instituto, pero que sólo veo una o dos veces al año. Me hizo ilusión que me llamase para felicitarme por mi cumpleaños aunque fuese con retraso. Uno de las pocas personas que se acordó. Yo, tiempo atrás, había configurado mi cuenta en Facebook para que éste no apareciese. Había dejado de tener sentido para mí recibir felicitaciones por el simple hecho de que la red social te lo recuerde. Estaba seguro de que si éste no apareciese nadie se acordaría. Y así fue. Es curioso que a parte de la familia, una de las pocas personas que se acordaron fue él, una persona sin Facebook.
De camino a la estación no pude parar de hacer fotos de todo lo que me llamaba la atención. Vi una fila enorme de niños, todos ellos disfrazados debido a que era carnaval y en los colegios suele ser habitual que los más pequeños se disfracen.
Una vez en ella, me hice con el billete de Cercanías de forma totalmente gratuita, ya que preparando el viaje había descubierto que algunos trenes de Renfe incluyen dos de estos billetes por cada trayecto en lo denominado “Combinado Cercanías”. Otra de las cosas que descubrí también fue la “Tarjeta Tempo”. Se trata de una tarjeta que sin coste permite ir acumulando puntos por cada viaje que se haga en tren. Éstos luego se pueden canjear por billetes de tren o por algún otro servicio de las empresas asociadas. Personalmente creo que todo lo que nos permita viajar más barato es bienvenido, así que ¡otra tarjeta que se une a la colección de la cartera! Como ejemplo os comento que yo he recibido 0,68 europuntos por dos viajes de 16 y 18 euros.
Ya estaba de camino a Valencia y durante el trayecto, además de para hacer una cantidad ingente de fotografías, aproveché para reorganizar la mochila grande donde pude, finalmente y a duras penas, guardar la de la cámara. Ahora ya iría más cómodo pues sólo llevaría la mochila a la espalda y colgados a cada lado, el trípode y la cámara.


Como llegué con tiempo de sobra y aunque el haber dormido poco empezaba a notarse, hice andando el pequeño trayecto que hay entre la Estación del Norte y la de Joaquín Sorolla, desde donde salía el tren. No tenía prisa y quería disfrutar lo máximo posible pudiendo fijarme en detalles que pasan desapercibidos en el transcurso de la vida ajetreada que solemos llevar. ¿Dónde habían estado todas esas cosas que me llamaban la atención hasta ahora? ¿Será que con tanta prisa por llegar a los sitios nos olvidamos de disfrutar del camino?
Durante la larga espera aproveché para entretenerme leyendo un rato. Tuve tiempo para terminar el libro con el que estaba y pude empezar otro que llevaba tiempo esperándome. «La biblia del viajero», un libro de Lonely Planet que me había tocado en un sorteo de Facebook y que hasta donde he podido leer me parece bastante recomendable. También aproveché para dar una vuelta por la tienda de libros de la estación. Aunque no compré ninguna cosa, estuve bastante rato mirando diferentes libretas, sobre todo las de Moleskine. Llevaban tiempo pidiéndome que las comprase y pese a que logré resistir la tentación en esta ocasión, una de ellas acabaría en mi mochila durante la estancia en Barcelona.






Al fin llegó la hora y pude embarcar, sólo quedaban unas horas para a ver a mi amada. Una vez en Barcelona empecé a buscar fuera de la estación a Guillem, con el que había quedado. Una vez localizado no pude evitar empezar reír a la vez que grababa. El motivo de esas risas era que él me estaba esperando en la puerta disfrazado de mono y como eso no era suficiente, una vez que me vio empezó a bailar a ritmo de Skrillex (no sabía que estaba grabando). Después de los saludos y muestras de alegría por vernos, nos fuimos a su casa donde Marta nos estaba esperando con la cena preparada. Yo me pasé todo el camino a casa riendo: estaba contento por el reencuentro y el trayecto fue de lo más divertido. Primero estaba el hecho de ir por la calle acompañado por un mono, más tarde por entrar en el metro con él y sobre todo fue gracioso cuando le traicioné dejándolo sólo entrando al ascensor mientras interpretaba el baile del gorila. Por lo visto las personas del ascensor le miraron de manera extraña. Por si eso no era suficiente motivo para reírme, durante el trayecto por el subsuelo catalán, ocurrió una de cosas más extrañas que haya visto alguna vez: un chico empezó a gritar mientras se apuntaba con el móvil. Sigo sin saber qué le llevó a hacerlo.
Pero así es Barcelona: cualquier cosa es posible; hay personas con comportamientos para todos los gustos. Esa creo que es una de las razones por las que la ciudad me tiene enganchado.
Ya en casa, después de repetir momentos de alegría por el reencuentro, de charlar y reír, nos sentamos en «El Sofá». Y sí, lo pongo con mayúsculas porque eso no es un sofá, es un lugar de descanso celestial. Poco tardé en decidir que me iba a quedar dormido. Pronuncié las palabras «me voy a dormir» y lo cumplí sin esperar.
– Nota: Habrá vídeo de Guillem disfrazado de mono pero aún no lo tengo preparado.


Continuará…