Dentro de unos días se cumple el segundo aniversario de la compra de la cámara por lo que es un buen momento para mirar atrás y reflexionar un poco, tal y como ya hice el año pasado. Parece mentira todo lo que ha pasado por delante de mi objetivo y de mis ojos, si hace dos años me dicen que yo iba a vivir pegado a una cámara dudo que me lo hubiese creído. Pero así es.

Este segundo año fotográfico comenzó coincidiendo con el final de mi Erasmus en Bergen. Dado que llegaba a su fin un año maravilloso, intenté aprovechar y retratar lo mejor posible la ciudad, pero, sobre todo, estos últimos meses fueron los que utilicé para realizar viajes por Noruega. Ya escribí sobre ello en el resumen que hice del 2013 y no quisiera aburriros contando lo mismo otra vez, así que sólo os diré que en esos dos meses realicé tres viajes: un ‘roadtrip’ en una furgoneta a la zona de Stavanger, otro más improvisado a dos glaciares noruegos y un viaje en avión a Trondheim. Tengo en mente contar algún día estos viajes de forma más extendida, pero hoy quiero hablar sólo de lo relacionado con la fotografía.




Para un adicto a la cámara como yo, viajar tanto implica hacer muchas fotos, y más si se hace en un país con unos paisajes tan bellos como Noruega. Creo que empezar allí fue lo mejor que me podría haber pasado. Pese a que a la vuelta también hice un viaje por el Mediterráneo, poco después llegó el momento de asimilar todo ese año tan intenso. Fue entonces cuando creo que evolucioné un poco como fotógrafo. Revisé varias veces las 10.000 fotos que tendría por aquel entonces, con tranquilidad, sin que hubiese un flujo constante de nuevo material entrando en mi portátil, vi que errores había cometido en muchas, pensé en cómo podría mejorar,… Y en noviembre, con mi visita a Barcelona, pude ver que había mejorado después de todo ese tiempo y también empecé a darme cuenta que no me convencía el hacer las mismas fotos que hace todo el mundo: los mismos paisajes y los mismos edificios que miles de cámaras ya han retratado. Pero no fue hasta el viaje de febrero a Barcelona cuando realmente mi forma de ver la fotografía cambió. Ya no me interesaba tanto mostrar lo que todo el mundo conoce de la ciudad, sino que intenté mostrar detalles que pasan inadvertidos hasta para los propios vecinos. También quise empezar a retratar más a la gente y menos a los edificios, ya que, al fin y al cabo, las personas que allí viven son las que hacen que una ciudad sea de una forma u otra.



Pero si hay algo que quiero destacar de este año es que llevo desde abril colaborando con Cullera TV, un medio local de prensa. Una noche decidí mandarles un email preguntando si podía colaborar con ellos, y al día siguiente ya tenía una respuesta afirmativa. Aunque la idea inicial era que yo hiciese fotos por libre de cierta temática, resultó que justo entonces empezaban las fiestas de Cullera. Pese a que no había cubierto un evento en mi vida, me pasé toda la semana cámara en mano cubriendo procesiones o eventos, y tan sólo paraba para ponerme a procesar las fotos en el ordenador. Si bien fue una semana agotadora también fue una de las mejores semanas de mi vida. Y desde entonces estoy metido en la vida de Cullera, cubriendo sus eventos, aprendiendo todo lo que puedo y lo más importante, disfrutando.




Por si tenéis curiosidad, os diré que hasta ahora he hecho con mi cámara unas 17.000 fotos (que se dice pronto). Sigo usando sólo Lightroom y sin usar nunca Photoshop, pese a que hay gente que no entiende que no quiera hacerlo. Y por último, diré que mi equipo es el mismo que al principio: la Nikon D3100 y el objetivo kit 18-55 mm.