Durante mi estancia en el norte pude disfrutar de uno de los espectáculos celestes que más me han encandilado. Estoy hablando de las auroras boreales.
La primera vez (y casi la única) que las vi fue una noche de octubre. Estábamos en una cocina compartida cuando Romi, una chica que llevaba ya algún tiempo en la ciudad, nos dió el soplo de que esa noche el cielo iba a teñirse de verde.
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¡Cómo echo de menos esos paisajes nevados que ofrece Noruega! Hace un año estaba tirándome en trineo por una de las montañas de Bergen. Una parte de mí se ha quedado perdida entre alguno de esos paisajes, que parecen sacados de un cuento de Navidad. Lugares en los que, mires donde mires, ves naturaleza.
Recuerdo viajar de pequeño con mis padres en coche. Viajes por carreteras que nos llevarían hasta Cullera. Era habitual que, entre canciones y muchas horas de sueño, salieran las palabras “Luna de Valencia” en las conversaciones. Igual es verdad que la luna en la zona mediterránea tiene un brillo singular.
Un mundo por conocer y fotografiar 